Ojosol arcaico
Una arqueología de la percepción primitiva, nos lleva irremediablemente a la pregunta por la vida de las cosas y las formas. Una virtud que parece haberse diluido en la noche de los tiempos. Ante un objeto como éste puede percibirse, con total claridad, la percepción que nos dedica a nosotros. De todos los objetos se desprende así una particular cosmovisión –observamos el mundo y las cosas del mundo nos observan– y una cosmoaudición –todo nos habla y todo es escuchado; conversamos– que testimonia el juego incesante de la materia. Todo comunica. Aquí no estamos nunca aparte del mundo. No es una percepción cualquiera: somos destinos de una mirada muy atenta y sostenida que nos interroga y parece decirnos que: Si no siguiera en pie esta piedra desfigurada y rota bajo el arco transparente de los hombros ni brillara como piel de fiera; ni centellara por cada uno de sus lados como una estrella: porque aquí no hay un sólo lugar que no te vea. Debes cambiar tu vida. |
En el fragmento del poema que Rilke ha escrito frente al torso desmembrado de un Apolo arcaico, se nos dice que no hay un solo lugar que no nos vea. También nos ve lo que no tiene ojos. Al contemplar y ser contemplados, encontramos un doble que revela nuestra propia forma. Pero en la experiencia que puede hacerse de él mi doble no es una copia de mi, sino una posibilidad de mi. Es el retorno de una percepción hecha con una generosidad inmensa que nos invita a cambiar la vida. El poema, creo, pudo haber inspirado el espisodio “Torso”, de Dirección única (1928) de Walter Benjamin:
|
Es menos importante lo que nosotrxs podamos decir de estos objetos
que lo que este objeto puede decir de nosotrxs
El mundo no es la suma de todas las cosas separadas sino el gesto –genio primitivo– capaz de reconocer lo que las une y separa.
“Las formas que vemos, sólo viven por las transiciones que las unen unas a otras y gracias a las que nuestro espíritu puede regresar al manantial común, que no es nacimiento ni muerte, sino la vida permanente y confusa que florece a cada momento para marchitarse al punto y florecer de nuevo en inacabables metamorfosis”. Manantial común al cual nuestro espíritu regresa para reconocerse en el movimiento del cambio y la transformación, de la vida y la muerte. De la creación y contemplación de lo creado. Lo primitivo no sería lo anterior en el origen, sino la fuerza del propio origen: un estado en acción, un estado móvil, indefinidamente experienciable, el campo abierto a todas las transformaciones.
Y si estos bellísimos testimonios de una percepción transformadora también mueren es debido sobretodo a la indiferencia y desafectación con la que nos acercamos a las formas del arte. Dice Abu Ali que “no hay objetos o imágenes banales, sino la mirada banal de una cultura organizada por el capitalismo, cuya capacidad de interpretar está limitada a los automatismos del consumo”. Al fin y al cabo las formas siguen estando ahí, disponibles, para quien se esfuerza por comunicar e inventar con ellas.
El ojosol es también una herramienta.
Primero, se trata de un dispositivo de atención. Puede aprenderse a reproducir su gesto.
Segundo: es un objeto para protegerse de la enfermedad del “sol en la cabeza” o “sol metío”. La causa de esta enfermedad sería un “ojo sol” o un “reojo de sol” que sería ese tiempo breve de insolación que el enfermo recibe en la cabeza cuando el sol aparece entre las nubes y se vuelve a ocultar (Hemos de distinguirla tal vez del “tabardillo” que es una insolación producida por permanecer mucho tiempo al sol.) El sol entonces se “mete en la cabeza” produciendo fiebre, astenia, malestar.
La enfermedad “ataca” más a los niños.
PRÁCTICA
|
|
Museo Arqueológico Nacional. Madrid.